viernes, 7 de marzo de 2008

Nuevo Blog

Pensé publicar en este blog "Memorias de una pulga" pero por la extensión de dichas memorias acabo de crear un blog específico para ellas, así que si quieren leer las aventuras de la pulguita, solo vayan al link que está al lado derecho de esta página y lean. En este blog, seguiré posteando mis cosas.

martes, 4 de marzo de 2008

Memorias de una Pulga (Anónimo)

A falta de tiempo, las memorias de una pulga. Díganme si son textos muy largos para postear más cortos. Capítulo I: (Primera Parte) NACÍ, pero como no sabría decir cómo, cuándo o dónde, debo pedirle al lector que acepte esta afirmación mía y que la crea, si bien le parece. Otra cosa es asimismo cierta: el hecho de mi nacimiento no es ni siquiera un átomo menos cierto que la veracidad de estas memorias, y si el estudiante inteligente que profundice en estas páginas se pregunta cómo sucedió que en el transcurso de mi paso por la vida —o tal vez hubiera debido decir mi brinco por ella— estuve dotada de inteligencia, dotes de observación y poderes retentivos de memoria que me permitieron conservar el recuerdo de los maravillosos hechos y descubrimientos que voy a relatar, únicamente podré contestarle que hay inteligencias insospechadas por el vulgo, y leyes naturales cuya existencia no ha podido ser descubierta todavía por los más avanzados científicos del mundo. Oí decir en alguna parte que mi destino era pasarme la vida chupando sangre. En modo alguno soy el más insignificante de los seres que pertenecen a esta fraternidad universal, y si llevo una existencia precaria en los cuerpos de aquellos con quienes entro en contacto, mi propia experiencia demuestra que lo hago de una manera notablemente peculiar, ya que hago una advertencia de mi ocupación que raramente ofrecen otros seres de otros grados en mi misma profesión. Pero mi creencia es que persigo objetivos más nobles que el de la simple sustentación de mi ser por medio de las contribuciones de los incautos. Me he dado cuenta de este defecto original mio, y con un alma que está muy por encima de los vulgares instintos de los seres de mi raza, he ido escalando alturas de percepción mental y de erudición que me colocaron para siempre en el pináculo de la grandeza en el mundo de los insectos. Es el hecho de haber alcanzado tal esclarecimiento mental el que quiero evocar al describir las escenas que presencié, y en las que incluso tomé parte. No he de detenerme para exponer por qué medios fui dotada de poderes humanos de observación y de discernimiento. Séales permitido simplemente darse cuenta, al través de mis elucubraciones, de que los poseo, y procedamos en consecuencia. De esta suerte se darán ustedes cuenta de que no soy una pulga vulgar. En efecto, cuando se tienen en cuenta las compañías que estoy acostumbrado a frecuentar, la familiaridad conque he conllevado el trato con las más altas personalidades, y la forma en que trabé conocimiento con la mayoría de ellas, el lector no dudará en convenir conmigo que, en verdad, soy el más maravilloso y eminente de los insectos. Mis primeros recuerdos me retrotraen a una época en que me encontraba en el interior de una iglesia. Había música, y se oían unos cantos lentos y monótonos que me llenaron de sorpresa y admiración. Pero desde entonces he aprendido a calibrar la verdadera importancia de tales influencias, y las actitudes de los devotos las tomo ahora como manifestaciones exteriores de un estado emocional interno, por lo general inexistente. Estaba entregado a mi tarea profesional en la regordeta y blanca pierna de una jovencita de alrededor de catorce años, el sabor de cuya sangre todavía recuerdo, así como el aroma de su... pero estoy divagando. Poco después de haber dado comienzo tranquila y amistosamente a mis pequeñas atenciones, la jovencita, así como el resto de la congregación, se levantó y se fue. Como es natural, decidí acompañarla. Tengo muy aguzados los sentidos de la vista y el oído, y pude ver cómo, en el momento en que cruzaba el pórtico, un joven deslizaba en la enguantada mano de la jovencita una hoja doblada de papel blanco. Yo había percibido ya el nombre Bella, bordado en la suave medía de seda que en un principio me atrajo a mí, y pude ver que también dicho nombre aparecía en el exterior de la carta de amor. Iba con su tía, una señora alta y majestuosa, con la cual no me interesaba entrar en relaciones de intimidad. Bella era una preciosidad de apenas catorce años, y de figura perfecta. No obstante su juventud, sus dulces senos en capullo empezaban ya a adquirir proporciones como las que placen al sexo opuesto. Su rostro acusaba una candidez encantadora; su aliento era suave como los perfumes de Arabia, y su piel parecía de terciopelo. Bella sabía, desde luego, cuáles eran sus encantos, y erguía su cabeza con tanto orgullo y coquetería como pudiera hacerlo una reina. No resultaba difícil ver que despertaba admiración al observar las miradas de anhelo y lujuria que le dirigían los jóvenes, y a veces también los hombres ya más maduros. En el exterior del templo se produjo un silencio general, y todos los rostros se volvieron a mirar a la linda Bella, manifestaciones que hablaban mejor que las palabras de que era la más admirada por todos los ojos, y la más deseada por los corazones masculinos. Sin embargo, sin prestar la menor atención a lo que era evidentemente un suceso de todos los días, la damita se encaminó con paso decidido hacia su hogar, en compañía de su tía, y al llegar a su pulcra y elegante morada se dirigió rápidamente a su alcoba. No diré que la seguí, puesto que iba con ella, y pude contemplar cómo la gentil jovencita alzaba una de sus exquisitas piernas para cruzaría sobre la otra con el fin de desatarse las elegantes y pequeñísimas botas de cabritilla. Brinqué sobre la alfombra y me di a examinarla. Siguió la otra bota, y sin apartar una de otra sus rollizas pantorrillas, Bella se quedó viendo la misiva plegada que yo advertí que el joven había depositado secretamente en sus manos. Observándolo todo desde cerca, pude ver las curvas de los muslos que se desplegaban hacia arriba hasta las jarreteras, firmemente sujetas, para perderse luego en la oscuridad, donde uno y otro se juntaban en el punto en que se reunían con su hermoso bajo vientre para casi impedir la vista de una fina hendidura color durazno, que apenas asomaba sus labios por entre las sombras. De pronto Bella dejó caer la nota, y habiendo quedado abierta, me tomé la libertad de leerla también. "Esta noche, a las ocho, estaré en el antiguo lugar". Eran las únicas palabras escritas en el papel, pero al parecer tenían un particular interés para ella. puesto que se mantuvo en la misma postura por algún tiempo en actitud pensativa. Se había despertado mi curiosidad, y deseosa de saber más acerca de la interesante joven, lo que me proporcionaba la agradable oportunidad de continuar en tan placentera promiscuidad, me apresuré a permanecer tranquilamente oculta en un lugar recóndito y cómodo, aunque algo húmedo, y no salí del mismo, con el fin de observar el desarrollo de los acontecimientos, hasta que se aproximó la hora de la cita. Bella se vistió con meticulosa atención, y se dispuso a trasladarse al jardín que rodeaba la casa de campo donde moraba, fui con ella. Al llegar al extremo de una larga y sombreada avenida la muchacha se sentó en una banca rústica, y esperó la llegada de la persona con la que tenía que encontrarse. No pasaron más de unos cuantos minutos antes de que se presentara el joven que por la mañana se había puesto en comunicación con mi deliciosa amiguita. Se entabló una conversación que, sí debo juzgar por la abstracción que en ella se hacía de todo cuanto no se relacionara con ellos mismos, tenía un interés especial para ambos. Anochecía, y estábamos entre dos luces. Soplaba un airecillo caliente y confortable, y la joven pareja se mantenía entrelazada en el banco, olvidados de todo lo que no fuera su felicidad mutua. —No sabes cuánto te quiero, Bella -murmuró el joven, sellando tiernamente su declaración con un beso depositado sobre los labios que ella ofrecía. —Sí, lo sé —contestó ella con aire inocente—. ¿No me lo estás diciendo constantemente? Llegaré a cansarme de oír esa canción. Bella agitaba inquietamente sus lindos pies, y se veía meditabunda. —¿Cuándo me explicarás y enseñarás todas esas cosas divertidas de que me has hablado? —preguntó ella por fin, dirigiéndole una mirada, para volver luego a clavar la vista en el suelo. —Ahora —repuso el joven—. Ahora, querida Bella, que estamos a solas y libres de interrupciones. ¿Sabes, Bella? Ya no somos unos chiquillos. Bella asintió con un movimiento de cabeza. —Bien; hay cosas que los niños no saben, y que los amantes no sólo deben conocer, sino también practicar. —¡Válgame Dios! —dijo ella, muy seria. — Sí —continuó su compañero—. Hay entre los que se aman cosas secretas que los hacen felices, y que son causa de la dicha de amar y ser amado. —¡Dios mío! —exclamó Bella—. ¡Qué sentimental te has vuelto, Carlos! Todavía recuerdo cuando me decías que el sentimentalismo no era más que una patraña. —Así lo creía, hasta que me enamoré de ti —replicó el joven. —¡Tonterías! —repuso Bella—. Pero sigamos adelante, y i cuéntame lo que me tienes prometido. —No te lo puedo decir si al mismo tiempo no te lo enseño —contestó Carlos—. Los conocimientos sólo se aprenden observándolos en la práctica. —¡Anda, pues! ¡Sigue adelante y enséñame! —exclamó la muchacha, en cuya brillante mirada y ardientes mejillas creí- descubrir que tenía perfecto conocimiento de la clase de instrucción que demandaba. En su impaciencia había un no sé qué cautivador. El joven cedió a este atractivo y, cubriendo con su cuerpo el de la bella damita, acercó sus labios a los de ella y la besó embelesado. Bella no opuso resistencia; por el contrario colaboró devolviendo las caricias de su amado. Entretanto la noche avanzaba; los árboles desaparecían tras. la oscuridad, y extendían sus altas copas como para proteger a los jóvenes contra la luz que se desvanecía. De pronto Carlos se deslizó a un lado de ella y efectuó un ligero movimiento. Sin oposición de parte de Bella pasó su mano por debajo de las enaguas de la muchacha. No satisfecho con el goce que le causó tener a su alcance sus medias de seda, intentó seguir más arriba, y sus inquisitivos dedos entraron en contacto con las suaves y temblorosas carnes de los muslos de la muchacha. El ritmo de la respiración de Bella se apresuró ante este poco delicado ataque a sus encantos. Estaba, empero, muy lejos de resistirse; indudablemente le placía el excitante jugueteo. -Tócalo -murmuró—. Te lo permito. Carlos no necesitaba otra invitación. En realidad se disponía a seguir adelante, y captando en el acto el alcance del permiso, introdujo sus dedos más adentro. La complaciente muchacha abrió sus muslos cuando él lo hizo, y de inmediato su mano alcanzó los delicados labios rosados de su linda rendija. Durante los diez minutos siguientes la pareja permaneció con los labios pegados, olvidada de todo. Sólo su respiración denotaba la intensidad de las sensaciones que los embargaba en aquella embriaguez de lascivia. Carlos sintió un delicado objeto que adquiría rigidez bajo sus ágiles dedos, y que sobresalía de un modo que le era desconocido. En aquel momento Bella cerró sus ojos, y dejando caer su cabeza hacia atrás se estremeció ligeramente, al tiempo que su cuerpo devenía ligero y lánguido, y su cabeza buscaba apoyo en el brazo de su amado. —¡Oh, Carlos! —murmuró—. ¿Qué me estás haciendo? ¡Qué deliciosas sensaciones me proporcionas! El muchacho no permaneció ocioso, pero habiendo ya explorado todo lo que le permitía la postura forzada en que se encontraba, se levantó, y comprendiendo la necesidad de satisfacer la pasión que con sus actos había despertado, le rogó a su compañera que le permitiera conducir su mano hacia un objeto querido, que le aseguró era capaz de producirle mucho mayor placer que el que le habían proporcionado sus dedos. Nada renuente, Bella se asió a un nuevo y delicioso objeto y, ya fuere porque experimentaba la curiosidad que simulaba, o porque realmente se sentía transportada por deseos recién nacidos, no pudo negarse a llevar de la sombra a la luz el erecto objeto de su amigo. Aquellos de mis lectores que se hayan encontrado en una situación similar, podrán comprender rápidamente el calor puesto en empuñar la nueva adquisición, y la mirada de bienvenida con que acogió su primera aparición en público.

lunes, 21 de enero de 2008

Últimas vacaciones de colegio - Nueva etapa

Decidí que si en algún momento de mi vida iba a salir con dos personas al mismo tiempo tenía que ser ya porque de vieja tendría otras cosas en mente. Juan vivía cerca a mi casa así que nos veíamos seguido, siempre en mi casa, afuera no porque la gente nos podía ver y yo quería mantener todo en secreto. Con Fer nos encontrábamos mas bien en su casa, no porque quisiéramos mantener la relación en secreto sino porque teníamos privacidad ahí. Con Fer había más confianza, ya habíamos hecho cositas pero ahora él no quería presionarme, según él, se sentía todavía culpable por lo que había pasado meses atrás; sin embargo, su ternura y preocupación por mí, que no quiera herirme y que me cuidara, me hicieron pensar que de repente debía ser mejor enamorada con él y darle permiso. - Fer... ¿me haces masajes? - Ya, ¿a dónde? - A la espalda. - Me acomodé y él empezó, suavemente-. - Mmm... mejor me quito el polo para relajarme más - Eh... bueno, pero si quieres puedo hacer que te relajes así nomás. - No, sin el polo mejor - Ok. - ¿Alguna vez has hecho masajes en la barriga? - No... creo que esos masajes no existen, Paz. - A partir de ahora sí y tú los vas a inventar - me voltée y lo miré a los ojos, él estaba, inusualmente tímido-. ¿Por qué no empiezas, Fer? - él seguía tímido, miraba al piso y estaba un poco sonrojado, me senté le di un beso-. No tengas miedo Fer, no me vas a hacer daño. - Sí, es verdad porque solo te voy a hacer masajes, en la barriga en la espalda y donde quieras pero solo masajes. Ahora échate otra vez. - Y empezó a hacerme los mejores masajes que hasta ahora me han dado-. - Te quiero - Yo también... - Ahora, ¿me quieres hacer masajes por aquí?. -señalándome un seno-. - No. - no entendía por qué estaba tan rojo, ¡¿acaso no debería setirse contento?!, ¡¿qué más quería!?-. - ¡Pero te quiero!, ven, aunque sea dame un beso. - Y se echó sobre mí y me dio un beso muy romántico, cogí su mano y la llevé lentamente hacia mi vientre, quise bajarla un poco más pero no pude, así que la dejé donde estaba, nos seguíamos besando y él, por sí mismo, me acarició los senos, los besaba con amor mientras yo lo abraza y envolvía, me excitaba todo en él, me encataba que él me excitara. De repente, dejó de besarme y se paró, me alcanzó mi polo y se arregló la ropa. - Paz, creo que mejor te llevo a tu casa. - ¿Qué?. Bueno... pero... - Sí, Paz Yo entendí todo y supe que ése era el último día que pasaba con él y ahora que veo las cosas en retrospectiva me doy cuenta de que 4 (casi 5) años más tarde sigue siendo el último día que lo vi o supe si quiera algo de él, luego desapareció y aunque he tratado de ubicarlo no he podido, siempre imagino que lo veo en todas partes, lo siento. De regreso a casa, en el bus, no dijimos nada, ambos mirábamos las calles como desconocidos, yo pensaba que, por lo menos, ya no tendría que decidirme entre él y chico nuevo (Juan). Los ojos se me llenaron de lágrimas y tuve ganas de llorar pero me aguanté. Cuando llegamos a casa, me dio un beso en la boca y se fue, sin decir nada, ni él ni yo. El mismo día, Juan me llamó para encontrarnos, lo invité a mi casa, siempre nos encerrábamos en un cuartito del tercer piso que solo tiene dos muebles y una mesa, hasta el día de hoy. Juan tenía tantas cosas en común conmigo por MSN, que cuando estábamos frente a frente no notaba lo 'Don Juan' que era (ironías de la vida), en realidad. - Te noto triste - No es nada, me incomoda el verano, eso es. - A mí no me engañas, ven acá. -dándose golpecitos en una pierna, como no me paré, él fue hacia mi y se sentó en mi regazo, a mí me llegó pero no le dije nada y me empezó a besar-. - Oh... Paz, cuando te conocí no pensé que fueras such a great kisser! pero, de veras, eres la mejor. Suck my kiss, kiss me, please pervert me, is she talking dirty?, give to me sweet sacred bliss, your mouth was made to suck my kiss. -Ok, no sabía si cantaba eso porque me dedicaba la letra, fuera de lugar, o si, simplemente, era fan de los RHCP y tenía ganas de cantar en ese momento, también fuera de lugar, qué asco, suck my kiss?, ¿de verdad quería eso?-. - Bueno, ya ves que sí lo soy... pero, ¿vamos a seguir besándonos toda la tarde? -lo que tenía en mente era que se vaya pero la frase se prestaba a la interpretación-. - Tienes razón... hay que usar la mesa que tenemos acá - como un bruto botó las pocas baratijas que estaban sobre ella y me jaló. Estábamos frente a frente, parados al borde de la mesa, realmente juntos, sus manos en mi cabeza, como si de verdad estuviera tratando to suck my kiss, mis manos estaban en la mesa, no me provocaba tocarlo, me cargó de tal forma que quedé sentada al borde de la mesa y él parado, seguíamos besándonos, yo tenía puesta una falda de tela con bastante vuelo, lo cual me daba movilidad, me echó sobre la mesa y se puso sobre mí, nos besábamos y me di cuenta de que la tenía parada y dura, me empezó a besar el cuello y daba unos gemiditos de los que mejor no hablo porque aaaaagggg..., se bajo el pantalón, tenía uno de esos calzoncillos blancos comunes y corrientes y se veía su bultito, a mí hace rato que ya me había subido la falda, comenzamos a frotarnos, cerré los ojos para disfrutar el momento y para olvidarme de lo que había pasado ese mismo día en la mañana. Con los ojos cerrados, imaginaba que era Fer y no él, sentía su pene entrando a mí a través de la ropa, quería que me hiciera el amor (Fer) de verdad, que me tocara y me siguiera besando. Gemí, y ese gemido me regresó a la realidad, no-era-Fer, era un tipo ordinario, como abundan. Pero él se seguía frotado, había reaccionado solo dentro de mí, no había saltado bruscamente ni me puse de pie, estaba cansada de todo, lo dejaría seguir hasta que se canse, no, mejor le quito las ganas. - Juan... espera, ¿sabes qué?, está mal lo que estamos haciendo. - ¿Por quéeee...? Mmm.... ¿está mal que nos demos cariñito? - Sí, sí, la iglesia... - ¿Qué? - Voy a tener que confesarle todo esto a mi guía espiritual y a mi familia, ay, ya veo las imágenes en mi mente, mejor para, no quiero que el pecado siga creciendo, tal vez no te llamen. - para este momento, ya había dejado de moverse y se le había bajado todita, por supuesto-. - ¿Qué? No sabía que ibas a la iglesia, ¿que me llamen a dónde? - Sí, soy católica, estoy en el coro, creí que te lo había dicho, eh... que te llamen para que te confieses pues, estas cosas no se hacen sino hasta el matrimonio, mira, mejor te vas, luego hablamos, te contaré cómo me va con mi guía, ¿ok? - Eh... sí, claro, no te preocupes mi amor, ya nos vemos. - besito -. Se entiende que nunca más supe nada de él, bueno, algunas veces nos cruzamos por ahí porque vivíamos cerca pero ambos pasábamos de largo. Ese día amanecí pensando cómo haría para manejar dos relaciones al mismo tiempo y terminé quedándome con ninguna. Por un lado, contentísima, menos problemas, me di cuenta de que el tal Juan era un pavo y por otro lado, mal, no me había olvidado de Fer, todo ese tiempo sin él... sin embargo, ya sabía que ese había sido mi último día con él, solo me quedaba aceptar y empezar una nueva etapa, en un mes empezaba la universidad.